domingo, 24 de febrero de 2013

Poder Ejecutivo en terapia de grupo

Poder Ejecutivo en terapia de grupo

El Consejo de Ministros del pasado miércoles dejó en evidencia que el Poder Ejecutivo se encuentra en clima de guerra civil, con jerarcas enfrentados a otros jerarcas. Y mientras en el gobierno se pasan facturas y quedan “heridos”, el país sigue esperando señales acerca de qué se hará con la inflación, el déficit fiscal, la pérdida de competitividad, entre otros problemas.



El miércoles en la tarde hubo una sesión del Consejo de Ministros, convocada urgente y sorpresivamente por el Presidente de la República. Al finalizal la sesión, se sabría por boca del Presidente el motivo: la severa crisis política y personal que afecta a su gabinete, donde el enfrentamiento entre los dos equipos económicos, el oficial, de matriz “astorista”, ubicado en el MEF y el BCU, y el “paralelo”, de cuño mujiquista y que lidera la OPP (aunque con una pata en el MEF: el subsecretario Luis Porto, un astorista devenido mujiquista apenas fue designado en el cargo).

Las crónicas de prensa del tenso encuentro reflejan más una terapia de grupo que una sesión del Consejo de Ministros, con intercambio de reproches y un Ministro de Economía dejando en el aire la posiblidad de su salida del MEF (no se sabe si por su enfrentamiento con la OPP o por  otros motivos). Y la terapia de grupo —parece—, que arrancó mal, con Mujica recordando que el Presidente es él y no es ningún “mequetrefe”, también terminó mal. Tanto, que Mujica decidió interrumpir la reunión para evitar que la pelea siguiera escalando y alcanzara un tono personal.

“Hay factores de desgaste hijos de la naturaleza de la tarea de gobernar, que no son un lecho de rosas, que tienen contradicciones. Son en general algunos malestares y algunas heridas entre la gente que trabaja, no puede ser de otra manera y en cualquier ámbito pueden pasar esas cosas”, señaló melodramáticamente Mujica al término de la reunión, agregando que “en cualquier frente de lucha a veces quienes lo integran se lastiman y por la salud del gobierno nos pareció prudente hacer un alto en el camino y conversar con los compañeros”.

Por si cabía alguna duda, el astorismo no obtuvo ninguna satisfacción: Mujica le pegó a Astori y varios Ministros y el Director de OPP le pegaron a Lorenzo y a Astori. Y el Presidente rápidamente dejó en claro ante los medios que no haría ningún cambio: “No hay ningún cambio de rumbo, no tenemos ningún cambio fantástico en la política económica, tributaria, en la fiscalización, en el campo de la cultura. Tenemos que lograr que los compañeros vuelvan a funcionar como equipo, y ese es el empeño que tiene el Poder Ejecutivo en este momento. En la medida que tengamos más novedades las vamos a conversar y decir”.

Hay que remontarse a 1967, en los primeros meses de la presidencia del Gral. Gestido, para registrar una contradicción importante en los principales jerarcas del área económica (Végh Garzón en Economía, Faroppa en la OPP e Iglesias en el BCU). Pero la contradicción se resolvió rápidamente: a los cuatro meses, Carlos Végh Garzón fue reemplazado por Amílcar Vasconcellos. No hubo terapia de grupo, no hubo teleteatro, no hubo “compañeros heridos”.

¿Pero quién es el responsable de esta crisis de gabinete? Luego de la elección interna que le diera la candidatura frentista a Mujica, que dejó a Astori muy malherido y la relación entre éste y Mujica muy dañada, se llevó a cabo una trabajosa negociación. De ésta surgió un acuerdo por el cual Astori aceptaba la candidatura a la Vicepresidencia (durante la campaña había dicho que no lo haría) pero se dejaba en sus manos y la de su equipo la conducción económica del gobierno. Y ello fue utilizado en la campaña para la elección nacional, procurando tranquilizar a los votantes de centro en el sentido de que “los sensatos” seguirían comandando un área tan sensible como lo es la económica.

Pero Mujica, que carecerá de visión de largo plazo pero es especialista en la jugada cortita, se las ingenió para montar un “equipo económico paralelo” en la OPP. El propósito, contrapesar y pelearle espacios al equipo oficial liderado por el Vicepresidente Astori. Fue el Presidente Mujica el que le creó un problema gratuito a su propio gobierno que, como con otras decisiones de idéntico vuelo corto, se le terminó yendo de las manos.

Hoy el país enfrenta una inflación siempre al borde de desbocarse, un déficit fiscal importante y una creciente pérdida de competitividad, además de aquellos prolemas referidos a la seguridad pública, la educación y muchos otros. En lugar de concentrar sus energías en abordar esos problemas y enviar señales claras acerca de qué caminos se tomarán para solucionarlos (al menos, gestionarlos), el gobierno se dedica a la terapia de grupo por un enfrentamiento artificial, perfectamente evitable y que, en el fondo, refleja el enfrentamiento entre diversos sectores del Frente Amplio en la descarnada lógica del poder.

Por una vez, al menos, tenemos que coincidir con el senador Rafael Michelini: si hay dos equipos económicos (y eso ha quedado ahora blanqueado), el Presidente tiene la obligación de optar por uno y hacerse cargo.

El país no puede quedar de rehén de las rencillas de poder del Frente Amplio, que —como se dice en otro artículo de esta edición— ha demostrado que puede ser una exitosa coalición electoral así como una pésima coalición de gobierno.

Publicado en "Correo de los Viernes" el 22/02/2013.

Un horizonte económico incierto

Un horizonte económico incierto


El año económico empezó peor de cómo terminó, agravado por la incertidumbre que en estos días se ha instalado en relación a la continuidad del equipo económico “oficial”. La clave está en saber cómo hará el gobierno para reducir la brecha fiscal, pero —justamente— allí está la gran incógnita.




En mi última columna de 2012 en CORREO, luego de repasar los momentos claves del año en materia económica, señalaba: “Las grietas que estuvieron presentes en el modelo económico desde el principio, finalmente han hecho eclosión y ahora el gobierno —y el país todo— está en camisa de once varas”. Y tanto hicieron eclosión que el Poder Ejecutivo se ha transformado en un sangriento campo de batalla, desnudando no sólo la existencia de dos equipos económicos en pugna —ahora oficialmente— sino que el Frente Amplio ha sido una exitosa coalición electoral pero también una pésima coalición de gobierno.

A principios de febrero nos enteramos que 2012 cerró con un déficit fiscal de 2,8% del PIB (la meta era de 1,7%). Muchos han comparado esa cifra con la del año 2003, apenas un año después de la crisis de 2002, cuando el déficit alcanzó el 3,1% del PIB. Incluso el expresidente Jorge Batlle efectuó esa comparación. Pero el doctor Batlle ha sido injusto con su gobierno: en realidad, el 2003 terminó con un superávit primario de 3% del PIB, que devino en 3,1% de déficit después del pago de intereses de la deuda pública. En 2012, en cambio, el resultado primario, o sea, antes del pago de intereses, fue también deficitario: 0,1% del PIB. Y hay otra diferencia, que también señaló Batlle y es la más importante: en 2003 el país estaba convaleciente de la crisis del año anterior; en 2012, en medio de una etapa de bonanza, con recaudación tributaria “a paladas”.

Yendo un poco a los detalles, también hay otras diferencias: como el gobierno colorado llevó a cabo una política de austeridad fiscal, pudo darse el lujo de desarrollar una política monetaria expansiva, endeudándose menos en Letras de Regulación Monetaria y, debido a ello, evitando la caída del tipo de cambio. Esto último redundó en una mejora en la competitividad: medida por el tipo de cambio real, la competitividad mejoró un 24% en relación al 2002. Los dos gobiernos frentistas —y el segundo más que al primero— adoptaron una política fiscal expansiva, dejando a la política monetaria sin alternativas, pagando carísimo las Letras, y planchando el tipo de cambio, perjudicando así la competitividad de la economía.

La desesperación —por puros motivos político-electorales— es notoria en los ámbitos oficiales y oficialistas. El Presidente, que en abril de 2011 se había mostrado decidido a dar la batalla contra la inflación (“la inflación no pasará”, señaló entonces con saludable contundencia en su audición de M24), a principios de mes se descolgó con que con la inflación “no pasa nada” y que él se había criado en un país con 70% y 80% de inflación (le falla la memoria), procurando restarle importancia a uno de los principales problemas que tiene su gobierno entre manos.

En el equipo económico, a su vez, se empezaron a manejar ideas tabú, como la posibilidad de un ajuste fiscal de alguna naturaleza: “No descarto que en transcurso del año sea necesario tomar alguna acción a los efectos de ubicar el déficit fiscal en el objetivo deseado”, señaló al programa “Inicio de Jornada” de radio Carve el jefe de la asesoría maroeconómica del MEF, el habitualmente sensato Andrés Masoller, agregando que según cómo evolucionen las cuentas públicas se vería la posiblidad de “medidas de ajuste del gasto o de incrementos impositivos”.

Resulta insólito que, en medio de la bonanza y con una recaudación tributaria fabulosa, haya que pensar en algún tipo de “retoque tributario”, pero habida cuenta de la “situación fiscal delicada” (Masoller dixit), el planteo del jerarca del MEF no era descabellado. Pero ardió Troya: los vocacionales del gasto público oficialistas pusieron el grito en el cielo y Masoller tuvo que desdecirse y meter violín en bolsa. Acto seguido, los gastadores compulsivos siguieron evaluando no sólo cómo seguirlo haciendo sino además —en el colmo del delirio— cómo incrementar todavía más ese gasto, eventualmente financiándolo con “impuestos a los ricos” (¿esta gente hace cuentas?). A veces me siento inclinado a pensar que se trata de un caso psiquiátrico antes que ideológico.

¿Y qué ocurrirá de ahora en adelante? En términos generales, es un misterio. Porque todo indica que el gasto no se toca y una eventual mayor recaudación por nuevos “impuestos a los ricos” difícilmente alcance para tapar el agujero fiscal. Eso sí: ya se anunció que nos olvidemos de la rebaja del IVA, así como de la elevación de la franja inferior del IRPF. A ello sumémosle la trampita que se hizo con las tarifas de UTE en diciembre para que el IPC acumulado del 2012 fuera menor; esa avivadilla oficial determina que los salarios públicos hayan sido ajustados en un porcentaje menor del que hubiera resultado sin ese jugueteo astuto. Esto último ayuda también al gobierno a gestionar el déficit.

Pero la nota general es la incertidumbre, agravada en estos días por el destino incierto del equipo del edificio de Colonia y Paraguay. Por las dudas, los analistas económicos han ajustado al alza sus previsiones de déficit fiscal e inflación, según la encuesta de expectativas llevada a cabo por el BCU: en la encuesta de enero se había ubicado la inflación al cierre de 2013 en 7,5%, pero la de febrero la ubica en 8,05% y un déficit de 2,25% del PIB. No es para menos, el IPC de enero fue de 1,9%, la cifra más alta desde 2004.

Contrariamente a lo que señaló el Presidente, el “viento de cola” no se acabó. Por suerte para todos, no lo hizo. Lo que sí se acabó y quedó en cero es el margen del gobierno para seguir jugando con el gasto. Y ese es el punto crucial respecto del cual nadie tiene idea cómo piensa el gobierno resolverlo y éste no ha mandado hasta ahora ninguna señal.


Publicado en "Correo de los Viernes" el 22/02/2013